Una difícil decisión I
Ese día Raquel
estaba de un muy buen humor, incluso me había permitido desayunar a la vez que
ella y sentado a la mesa, tal y como ella había dicho “como si fuera una
persona de verdad”. Posiblemente el semen acumulado en los múltiples condones
que estaban esparcidos por el suelo de la habitación esa mañana era el motivo
de esa felicidad.
Tras la rutina
mañanera en estos casos: poner las sabanas de la cama a lavar, recoger las
copas del salón y la botella de vino que seguro disfrutaron la noche anterior,
preparar el desayuno y beberme el semen de los condones (esto último siempre
ante la atenta mirada de Raquel para asegurarse que ni una sola gota se
derramaba).
- Ven aquí pringao –
- Como te habrás dado cuenta hoy estoy de muy
buen humor porque anoche tuve una noche increíble...de ese tipo de noches que
muy probablemente nunca llegarás a tener-
- Tengo ganas de jugar un poco. Cuanto tiempo
hace que te he permitido tener un orgasmo? -.
- No me ha dado el permiso desde aquel primer
día en que hizo ponerme el cinturón de castidad – contesté.
- Ah no? Extraño, yo creía que sí. Que mala
que soy no?... Bueno que más da....
- Se me está formando en la cabeza un
divertido juego para pasar el rato... o al menos será divertido para mí. Ve a por
el cesto de pinzas de la ropa.
Cuando volví con el
cesto Raquel estaba jugueteando con las llaves del cinturón de castidad. No era
la primera vez que lo hacía, y aun sabiendo que eso no significaba que fuera a
concederme un respiro, no pude evitar sentirme excitado por la idea de que por
fin podría volver a tener mi pene libre.
- Ok, aquí tienes la llave, puedes quitarte el
cinturón de castidad. Pero ni se te ocurra tocarte, solo lo imprescindible para
que tu pene vuelva a estar libre -.
- Vaya si estas incluso temblando de la
emoción... Deja el cinturón cerca, no estarás mucho tiempo sin el puesto.
Durante un rato
Raquel se puso a textear con alguien por el móvil, mientras yo estaba de
rodillas con las manos a la espalda para evitar la tentación de tocarme. Se
sentía tan bien tener el pene libre, poder sentir otra vez una erección
completa sin notar la constante presión del metal del cinturón de castidad. Sin
embargo, conforme el tiempo pasaba, la tensión se iba apoderando de mí, y si
solo me tenía así para volver a ponerme el cinturón en unos minutos? Después de
tanto tiempo con el puesto seria psicológicamente devastador para mí.
- Como iba diciendo, se me ha ocurrido un
juego para pasar el rato. Empecemos con la preparación al juego. Quiero que
cojas cinco pinzas y te las pongas en los huevos.
Obedientemente cogí
las pinzas y me las distribuí por mis dos huevos tratando de que no pincharan
mucho.
- Bien...ahora ponte dos en cada pezón...
- Bueno que sean tres mejor – puntualizo
Raquel cuando todavía estaba poniéndome la primera pinza. Mis pezones siempre
habían sido mi punto débil en los juegos bdsm y ella lo sabía, probablemente
por esa razón añadió una tercera pinza a cada pezón.
- A ver...otras 5 en los huevos – ordeno
Raquel mientras miraba algo en el teléfono, ni siquiera me estaba mirando -.
- Y ahora... - dejo la frase en el aire
porque se concentró en el móvil, por lo que a mi parecer fue una eternidad. Las
pinzas en los pezones empezaban a dolerme y la de los huevos también.
- Por dónde íbamos...ah sí... a ver que
mire... tres pinzas en la lengua -.
Solo unos segundos
después, ya estaba babeando, por tener la lengua lo más afuera posible sin
posibilidad de meterla en mi boca debido a las tres pinzas que la aprisionaban
lateralmente.
- Ya casi estamos...añade otras 3 pinzas más a
los huevos – trate de decir que no cabían más pero solo me salió un
balbuceo inconexo por lo que trate de explicarle con gestos-.
- Que sean 5... - dado que creía que no me
entendía intente usar otros gestos -.
- 10... - por fin caí en la cuenta, que
estúpido había sido. Mis reticencias me habían costado 7 pinzas más.
- Si es que nunca aprendes, ves porque te
trato así Pringao – esta vez mi respuesta fue la correcta, agachar la
cabeza -.
Nuevamente Raquel se
puso a mirar el móvil y esta vez por mucho más tiempo que antes. O a lo mejor
la presión de las pinzas en los huevos y en los pezones estaba haciendo que
cada segundo fuera como una hora. Se escuchó una llamada en su móvil, era su
amiga Daniela, el alma se me cayó a los pies. Si pensaba dejarme así mientras
hablaba iba a ser muy doloroso para mí. Más de una vez tuve que concentrarme
para no mover las manos de la espalda.
Raquel sonreía
viendo mis esfuerzos, mientras le contaba a Daniela todos los detalles de la
noche anterior. El escuchar como ella había tenido sexo con un hombre de verdad
la noche anterior, las diferentes posturas… era una de las torturas
psicológicas a las que Raquel me sometía muy frecuentemente.
Cuando por fin me
habló, mi cuerpo temblaba y no sabía del todo bien si era el dolor de las
pinzas, mi pene totalmente erecto como no lo había estado en meses...
- Ay perdona que se me había pasado totalmente
-.
(Continuará)